martes, 25 de julio de 2017

La calle
Nicolás Guillén

La calle es un gran Río de aire,
un río de sangre,
de esqueletos
y sueños.


¿No ha visto usted la calle?
Ella es estrecha y ancha
y oscura y rutilante,
silenciosa y alborotada,
pacífica y ¡abajo,
muera el rey!
Con perros, niños, automóviles,
hombres, mujeres, policías,
lodo, piedras,
lluvia, asfalto, todo
lo que usted sabe ya que hay en la calle,
que siempre hay en la calle.


Los edificios la custodian,
la mantienen en línea
como soldados. La vigilan.
Allí se están con ella.
No la abandonan. Viven
seguros de que si la abandonaran,
ella se fugaría.


Mire la calle.
¿Cómo puede usted ser
indiferente a ese gran Río
de huesos, a ese gran Río
de sueños, a ese gran Río
de sangre, a ese gran río?
¿A ese gran río?


Venga usted y acompáñeme.
¿Quiere que abramos la puerta de la calle?
¡Qué gusto ser un hombre simple,
no-senador,
no-diputado,
no-alcalde,
no-líder,
no-profesor,
no-presidente,
no-ministro!
No.
Un hombre simple
para poder andar andando por la calle,
callejeando y andar mirando a todo el mundo,
hablando a todo el mundo,
el mundo universal que no nos pide nada.
Salgo con mi chaqueta
(apenas una ligera piel sobre la piel y el hueso),
sin sombrero,
sin cuello ni corbata.
Simple, lo digo y me repito.


¿Ve usted? Es el carnicero.
Lo saludo, pero aparto
la vista de todos esos cadáveres vacíos,
de todos esos muertos sin venganza que lo ciñen
como un agua rojiza.
¿Qué tal va el carnicero? -le pregunto.
Y él me responde con su voz sangrienta
llena de vísceras
corrompidas:
Va bien, su señora llevó hoy la carne muy temprano.


Mire usted esa tienda, mire usted al tendero.
Venga, dice el tendero, venga.
Luego me anuncia que han llegado arenques
ahumados; me presenta
una gran caja de Noruega
llena de peces egipcios momias
llena de peces rectos
duros metálicos brillantes.
En fin, arenques.
Como ando a pie y soy el No-Importante
puedo comprar uno y comerlo
allí mismo,
junto al alegre mostrador lleno de moscas,
frente a un vaso de láguer.


¡La calle, ésta es la calle!
Corre un aire fino, seco,
pero lo mismo
podría llover. ¿No ocurre esto en la calle?
Hay sol, es cierto, pero igualmente
podría estar el cielo a flor de tierra,
el aire eléctrico, fosfórico, la turbonada
rezongando, como una vieja
de mal humor al fondo de la casa.
Anda la gente en paz, pero lo mismo
podría correr, moverse
como si fuera un hormiguero que al pasar
irritáramos de un pisotón.


Mire la calle. Vea
el lento río de sangre,
de esqueletos y sueños.
El lento río de huesos.
Mire usted, pasa
ahora el amor hecho un gran beso
rojo, largo, sin fin
bajo los árboles.
Pasa
un niño en pie sobre su escuela.
Pasa un grito lleno de periódicos.
Mire usted hacia allá, vea:
Diez esqueletos juntos entran en un cine

No hay comentarios:

Publicar un comentario