Según un sociólogo de la cultura de la categoría de Michael Löwy, estamos ante una pièce unique en la bibliografía del joven Marx. Este corto y olvidado texto reescrito en su exilio en Bruselas, al mismo tiempo traducción y adaptación, publicado en alemán en una revista revolucionaria en 1846, es uno de los más poderosos argumentos contra la opresión de las mujeres jamás publicado. A partir de los datos detallados de un gran estadístico francés, Jacques Peuchet, Marx ilustra los aspectos anómalos, desnaturalizados y contradictorios de la vida moderna, de la existencia bajo el Capital, de la alienación que nos lleva al suicidio, y que afecta no sólo a las clases desposeídas, sino a todas las esferas y manifestaciones de las relaciones humanas. Incluso hoy en día estas historias se nos presentan con una descarnada actualidad. Marx y Peuchet nos hablan del Patriarcado, de la tiranía familiar, de la violencia de género, pulsiones que sobreviven a la Revolución francesa, que empujan a los más débiles y a los más dignos a cometer el suicidio como salida desesperada. Es una de las pocas veces que Marx tratará el tema de la opresión femenina públicamente. El artículo es una crítica a la vida cotidiana burguesa, una poderosa descripción de la alienación, el extrañamiento entre las personas y un alegato sobre el amplio y universal objetivo emancipador del auténtico Comunismo.
El griego clásico consideraba que si se sufre de algo, es necesario que exista un objeto para que ese sufrimiento exista. El sujeto de las sociedades posmodernas simplemente sufre, quizá porque él mismo ha internalizado que es el objeto verídico de su sufrimiento. Sufrimiento perpetuo y sin objeto, acompañado de depresión: una via regia al suicidio. Fue el abate Desfontaines en el siglo XVIII el primero que empleó el término suicidie (sui– sí mismo y cidius– matar). Séneca elogiaba el suicido heroico como glorioso y memorable (el gran modelo era Catón en su clásico memento mori) y en su bella prosa llamaba al suicida “el vengador de sí mismo”. La muerte, entiéndase la muerte voluntaria o aceptada en pleno conocimiento de causa, era para Hegel la manifestación de la suprema libertad, por lo menos de la libertad “abstracta” del individuo irremediablemente aislado. Si el hombre no pudiera matarse sin “necesidad” no sería hombre. Ser hombre es poder y saber morir. El hombre es un ser suicida, o por lo menos capaz de suicidarse, poseedor de la “Fähigkeit des Todes”. La propia dialéctica del Amo y el Esclavo, donde hay muerte y lucha por el reconocimiento, abre la posibilidad de angustia y suicidio: riesgo voluntario de y sobre la propia vida.
La depresión resiste en nuestros días a las diferentes facetas del malestar íntimo. La depresión es una zona mórbida, reveladora de las mutaciones de la individualidad en la sociedad del posfordismo, privilegiada para comprender el sujeto o su crisis. La depresión es la tragedia de la insuficiencia, es la sombra familiar del hombre o la mujer sin guía, fatigado de emprender su marcha al futuro apoyado solamente en su egoísmo y tentado de sostenerse (si puede lograrlo) hasta la compulsión por los productos, la costumbre o los comportamientos. La figura del anti-sujeto tiene hoy dos caras en la cultura posmoderna de la intimidad: el drogadicto y el fracasado.
El texto de Marx sobre el suicidio es curioso por muchas razones. Es la primera y última vez que tratará el tema de la opresión de género y la tiranía del pater y mater en la familia burguesa. Segundo, se observan importantes iluminaciones sobre el problema de género y la crítica a la alienación en el entonces “joven-joven” Marx. El texto se concentra sobre la opresión doble (económica y familiar) de la mujer en la Francia burguesa (de los cuatro casos de suicidio que considera, tres son protagonizados por mujeres). Tercero, es una prueba concreta del influjo en la propia evolución de Marx de los “jóvenes hegelianos”, en especial del primer socialista alemán de la época, Moritz (Moses) Hess (el editor, junto con Engels, de la “Gesellschaftsspiele”). Cuarto, podemos ver finalmente la metamorfosis de Marx en el ambiente obrero y socialista de París en la década de 1840, es decir, nuevamente el papel de la emigración en la mutación radical de su pensamiento. Cinco y último, el texto en sí mismo es muy curioso, ya que se trata casi de un Memoranda, un montaje, en el cual Marx traduce y comenta a Peuchet. No puede hablarse de un artículo de Marx, sino de una presentación y traducción selectiva.
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